17 agosto 2009

Romeo y Julieta (DohkoxShion) Capitulo 6 (3/3)

2º Continuación Capítulo sexto.


La aurora era mortífera y funesta, presentía muy dentro de mí que una sombra negra encargada de causar sufrimiento rondaba aquella casa, la podía escuchar, la podía ver, deslisándose por los rincones, dansando en los salones, era la muerte. Afuera llovía torrencialmente, el barro empapaba nuestros pies, la tierra estaba levantada a nuestro alrrededor, pues se acababa de hacer el agugero en la tierra para enterrar a Ardiles. Mi padre abrazaba a mamá y a Alma, pues ésta era viuda, su único acompañante en la vida era su hijo Ardiles, que la cuidaba y acompañaba, vivían juntos en una manción lejos de ahí. Ardiles obró muy bien en vida, lo reflejaba el dolor de su madre. Pero ahora, inevitablemente, no estaría más a su lado.

Yo, así mismo, abrasaba a Naizy y a mis demás hermanas, protegiéndolas de la lluvia y proporcionandoles cálidos consuelos, y a su vez, yo me protegía en ellas, pues así sentía que no devía caer por dever protegerlas. De no ser así, hubiese caído. Sentía tan profundamente la partida de Ardiles y mi puño apretaba con fuerza como si en ello me gastara la vida, pero no lo podía evitar, la rabia y el dolor eran muy grandes. El sacerdote rezó las últimas plegarias y dejaron caer el ataúd al suelo, dentro de la tierra. Me hacerqué, claro después de Alma, y dejé una flor negra sobre él, y un puñado de tierra. Así mismo todos los de la familia obraron igual, hasta que los criados comensaron a hecharle la tierra con las palas. Todos los amigos comensaron a retirarse luego de saludar a la madre del difunto, y sólo quedabamos afuera Alma y yo, que trataba de consolarla y llebarla adentro de la casa para que no se siguiera mojando.

-¡No! ¡¡No puedo...no entiendes!!-me decía mientras lloraba.
-No diga eso, tía Alma...entiendo perfectamente su dolor por que yo tambien lo siento...
-¡Pero tú no eras su madre! No lo conosías tan bien como yo, yo sabía que él era el joven más puro del planeta, ¿qué clase de bestia pudo matarle?
-Murió en la guerra, tía...-con esas palabras trataba de consolarme a mí también.-En la guerra se arriesga la vida y en la guerra se muere. Así mismo como usted deben estar llorando las esposas de los hombres que aseciné, y a mí nadie me llama bestia...Sé que eso va en contra de mis principios, pero tampoco podía dejar a papá pelear sólo arriesgando su vida..antes prefiero morir yo, y por eso me acompaño Ardiles...para protegerme...
-¡Hijo mío! ¡Hijo...Ardiles!-seguía llorando Alma.
-Tía...-la abrasé, pues necesitaba que un hombre la estrechara con fuerza, como lo hacía su hijo. La llebé a la casa, adentro mandé a los criados que prepararan hierbas para ella.-Llore, por ahora sólo llore...no deje penas sin llorar en su corazón. Yo me encargaré de cuidarla y si quiere algo sólo dígalo.
-¡No me quiero quedar sola...Ahora sin Ardiles estoy sola!-sollosaba.
-No. Yo siempre estaré a su lado...-me miró fijamente.-He prometido a Ardiles, antes de su muerte, que la cuidaría, y la protegería como si usted fuese mi madre y mucho más.
-¡Dohko!-dijo y me abrazó fuerte, sin dejar de llorar.

Me quedé cuidandola, luego la llebé a la habitacón de mamá y por el efecto de las hierbas se quedó dormida. La casa estaba profundamente vacía, pues todos habían salido a buscar algún lugar donde no encontrar tanta tristesa. Fuí un momento a mi habitación. Me disponía a abrir la pueta, cuando veo que ésta está apretada. Traté de abrir, pero era inútil. La enbestí entonces, se abrió, y me di cuanta que había un madero colocado en ella que me impedía entrar. Miré sobre mi cama, había un papel. Lo leí, decía "Hoy, Mercado, Campanas"

Me quedé pensativo unos instantes sentado en mi lecho leyendo y releyendo el texto una y otra vez hasta que pude comprender. Esa escritura la había visto antes en una carta, y no en cualquiera...¿Estaría entonces el Capuleto esperandome en el mercado al momento de las campanadas de la gran catedral de la cuidad que anunciaban el medio día? Era muy posible, y no dejé de preguntarme si era, en verdad, una buena decición ir. Pero mi alma me reclamaba, la partida de mi primo me dejaba un sabor amargo en la boca y el corazón compunjido, por otra parte, a su agresor le amaba con toda el alma que ahora lloraba dentro de mí. ¡Necesitaba respuesta! No podía quedarme así, recordando una y otra vez aquella imagen que se quedaba impregnada en mi mente, la muerte de mi primo y de manos de mi amado.

Me levante de la cama, destruí la nota, pues no podía ser descubierta por nadie, salí de casa.

Las campanadas resonaban en mi mente con un estrepitoso eco, el bullicio y tumulto de la gente me agobiaban y la temperatura y nuvosidad del día me asficciaban. Sentía que tarde o temprano todo en mí iba a explotar de un momento a otro, pero esa realidad no podía de ninguna forma arrebatarme mi albedrío. Vi en una callejuela apartada, donde las sombras rellenaban sus cóncavos asfaltos sin salida, unos pies calsados sencilla y a la vez elegantemente. Levanté la mirada y, en efecto, estaba él ahí parado, apollado en la muralla mirando afligido el suelo a sus pies.

-¿Me esperabas, Capuleto?-le pregunté sacándolo de sus pensamientos entrando a la oscuridad de aquella callejuela sin salida.
-Has venido.-dijo levantando el rostro, aún sin mirarme.
-Tal y como lo puedes ver.-le corté serteramente. Podía persivir en mis propias palabras un rencor contenido, cada vez que me disponía a abrir la boca trataba de tener cuidado en ellas, pero era inútil.-¿a qué me has llamado?
-Yo...-vasiló. Meditó un momento su respuesta y continuó.-Yo he venido a disculparme por la muerte de tu primo.
-De nada me sirben tus disculpas, Capuleto, la herida ya está hecha y no se reparará con nada.
-Dohko entiende.-me dijo clavándo sus rubíes purpúreos en mis ojos.-Así es la guerra...
-¡¿Entonces por qué vas a ella?! ¡Yo lo ví morir ante mis ojos, lo vi morir por el cruel bronce que tus dedos sostenían!
-No seas egoísta, sé que de tus manos varias vidas de mis familiares sucumbieron, si es asecino como quieres llamarme, yo a tí te debo el mismo respeto.
-Las cosas son diferentes...
-No lo son: son exactamente iguales. Quisás tu querías a ese chico, de ese mismo modo yo quería a todos ellos que ese día mandaste al infierno, y más importante que eso, yo quería a mi hermano. Por eso intervine.
-No debiste intervenir, lo atacaste por la espalda...Yo creí que eras un caballero, ¿cómo es que un caballero ataca por la espalda?
-¡Dohko, recapasita! Iba a matar a Mu, no iba a permitir eso de ninguna forma.
-¡Pero él había perdido de manera justa!-le grité ya descontrolado, sin notarlo siquiera, de mis ojos caían gruesas lágrimas. Si antes sentí que iba a explotar, ahora sentía que explotaba delante de Shion.
-¿Justa? Alla sido como alla sido, entiende que no lo iba a dejar morir. Es mi hermano, y le amo.
-¡Pies sí, era una justa batalla, era una justa victoria para Ardiles, y era justo que no hubiese muerto él!
-¿Estás diciendo que devía dejar que mataran a Mu por que era justo?
-Estoy diciendo que él era quien tenía que morir...-su mirada cambió, se volteó dolido por mis palabras, y a la vez sorprendido que allan salido aquellas de mi boca: yo lo sentía de la misma forma.
-Pues si eso crees, no veo que otra cosa más tengamos que hablar...-iba a retirarse, pero arrepentido, le detube tímidamente.
-Espera...yo lo siento...no era eso lo que quería decir...-se volteó y me miró irritado.
-¡¿Y qué era entonces lo que querías decir?!-bajé la cabeza y lloré en silencio unos segundos, luego le contesté.
-Entiendeme, por favor...estoy herido...tal vez no sé lo que digo...-susurré sin mirarlo, pues aún seguía con la vista en el suelo llorando. De pronto sentí sus cálidos brasos rodearme. Esa sensación protectora, me sentía libre en ellos, libre y sin temor.
-Te entiendo...-dijo y me estrechó fuerte, ya no pude contener más las lagrimas y me heché a llorar en sus brazos,pues en ellos no podía ocultar nada.
-¡Perdoname!
-No pidas perdón...nada de esto es nuestra culpa, es culpa del destino que se empeña en mantenernos en situaciones tan difíciles como ésta...es el destino, quien a pesar de nuestro amor, intenta separarnos. Mas te digo que no lo logrará jamás...-dijo sonrriendome.
-Te amo, Capuleto...
-Y yo a tí, mi querido Montesco...-acarició delicadamente una vez más mi barvilla y recorrió mi rostro hasta mi mejilla, allí sus dedos encontraron el apollo para hacercarse a mi rostro y posar tiernamente sus labios en los míos. Era, sin duda, un eximio consuelo para mi alma.

Después rompió cuidadosamente el beso y me miró a los ojos.

-Debo irme, amor...-me dijo con aire de tristesa.
-Pero...han pasado apenas unos segundos de las campanadas...
-Lo siento, en verdad yo no debería estar aquí...-tomado de mis manos me explicaba.
-No te vallas...te necesito, ahora estoy sufriendo y necesito tu cercanía...además, hace tiempo que no nos encontrabamos...
-No te preocupes, yo me encargaré de estar cerca tuyo, de poder darte el consuelo que necesitas y acompañarte como es merecido a un ser tan precioso como tú, de eso no tengas duda, pero ahora...
-Está bien, entiendo...-corté yo y se produjo un frío silencio.-No te arriesgues más por mí y regresa donde los tuyos.
-¡Te amaré por siempre!-dijo como despedida al salir corriendo, le ascentí con la cabeza y me fuí del lugar.

Regresando a casa, la acogida no era muy grata. Llantos por aquí, más personas sollosando por allá, aquellos gemidos me ataladraban los oídos y me quedaban resonando en la cabeza como un eco interminable. Mi tía Alma lloraba en la sala principal mientras era cobijada en el pecho de mi madre, su hermana. Mi padre fumaba afuera un puro para calmar sus nervios, y mi hermana Naizy estaba encerrada en su habitación y mis otras hermanas habían salido.

Ese día había sido tan monótono como su mismo amanecer. Sólo quedará en mi memoria el momento en que me encontré con Shion, y que me prometió una nueva esperanza, esperanza que yo mismo esperaba con ansias. Tres días más tarde, entré a mi habitación como siempre y encontré la puerta de igual manera trancada. Supe en ese instante que había estado ahí y que nos encontraríamos muy pronto. Logré habrir la puerta y sobre la cama había un pequeño papel. Lo tomé en mis manos, antes de leerlo lo hacerqué a mi pecho y mirando al cielo agradecí aquella señal que esperaba. El papel no decía nada específico, sólo las palabras "Sol, salida, dalias" Más, habría Shion de dejarme trabajo para desifrar aquel pequeño hacertijo, me mantube pensante unos minutos y hacerté a pensar "Hoy, a la puesta de sol en los campos de dalias"

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